jueves, 4 de abril de 2013

XIX. El diluvio propio.


Después de cenar otra vez en lo de Amanda, porque entre el feriado y el diluvio, no me iban a conectar la luz así como así; y ver la novela -que entre nos, es fácil de comprender, a pesar de que la agarré MUY empezada-, volví a casa y además de darle de comer a Lola, calenté agua, tomé unos mates mirando la ventana, mientras esperaba que el celular se cargara en el palier.

En ese preciso momento me vi inmersa en la soledad de la noche, el silencio de mis aires aventureros. Acompañada por Lolita calentándome la espalda, recostada en la cama. Recién en ese minuto pude llorar…

Vieron que las mujeres estamos programadas para llorar al menos una vez al día, así sea para demostrar autoridad emocional, para decir que extrañamos a alguien o para, simplemente, llorar. Como es mi caso en este momento.

Por algún lado tenía que salir tanta emoción contenida, tanta aventura “en sangre”. Así que decidí darme mi ratito y llorar, mientras les escribo a ustedes.


Esta mañana me desperté por el sonidito de una canción de Abel Pintos que decía “…te extraño y me siento solo sino estás conmigo, aunque vas prendida en todos mis sentidos,
todos los rincones de mis pensamientos…”
  y me levanté extrañamente bajoneada. Supongo que es también el adaptarse, acostumbrarse, encontrarse…“el día después de la tormenta”, diría mi abuela.

Durante el día, me compré un diario, me informé un poco del desastre que había dejado la tormenta (insisto con que no podemos culpar al clima, si los humanos tapamos las alcantarillas con nuestra basura) y me sentí especialmente comparable con la tormenta.

Al fin y al cabo, la inclemencia del tiempo llegó de improviso, así como yo llegué a Haedo. Trajo mucho viento, temporal y muchas muertes. Yo, después de sortear muchos obstáculos y alguna que otra gente en el camino, había logrado mudarme. La tormenta, hoy, dejó mucha tristeza y muchas muestras de solidaridad. Y en fin, ¿no era eso lo que yo estaba sintiendo? Y la solidaridad, ¿hace falta que les cuente quienes son mis solidarios compañeros de aventuras? Ya los conocen…


Carola hoy era una tormenta, y no precisamente de facha. En pijamas, sentada en la cama, lo de ayer dejó en mí, mi propia tormenta. 

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