viernes, 1 de marzo de 2013

Conociendo a Carola en 3, 2, 1.


En relación a los acontecimientos…bueno, ¿qué acontecimientos? Contáme. Bueno, no. Empezá de nuevo Carola.

En relación a los NO-acontecimientos, me estoy planteando la posibilidad de viajar por el mundo. ¿No les pasa que cuando sienten que la vida es aburrida, les dan ganas de viajar y ampliar horizontes y esas cosas? Bueno, yo no soy distinta a la mayoría. Y, aunque no tenga un peso partido al medio, me dieron ganas de viajar. MUCHO.

Y me acosté soñándome caminando por Buenos Aires. Todo esto por el sueño de vivir allá, de tener más facilidades en cuanto a mi carrera, a mi trabajo.

Ah, no les dije, soy cocinera. Y, por más que siempre soñé tener un restaurante propio, terminé trabajando en un lugar de comidas para llevar y viandas orgánicas. Claro, porque es el pasadizo secreto al futuro que quiero. Ponéle.

En fin. Estaba caminando por la mañana de Buenos Aires y veía los carteles, las calles atestadas de gente, que acudían en masa a las paradas de colectivo y a las bajadas de subte. Hombres con maletines y celulares puteando porque la gente caminaba lento. Y yo, caminando libremente y sin horarios, con un pucho en la mano y los auriculares puestos. Cual hippie disfrutando la pradera.

Me cruzaba con gente que ni conocía y la saludaba. No sé, no suelo ser tan amable cuando camino por la calle, pero como que había una mezcla de primavera y sociabilidad en mí. Un punto indefinidamente bueno.
La cuestión es que llegaba a mi departamento. Tal vez porque fue lo último de lo que hablé con mi amiga, vivía en Haedo. Un lugar hiper-tranquilo, onda Santa Fe un día de verano y siesta, cuando no hay ni un alma en la calle. Tampoco era muy tarde, se notaba que era bien bien temprano, onda amanecer.

Al parecer, me había llevado a Lola conmigo a Haedo, porque entraba y la saludaba, le ponía comida y agua, y me ponía el agua para los mates (esas mañas no se pierden, ni aún viviendo lejos de casa, obvio).
Me sentaba a leer el diario, tranquila, en el sillón. Al parecer tampoco tenía celular, porque tenía un reloj en mi mano izquierda. Sorpresivamente miraba la hora y eran las siete de la mañana. Supongo que trabajaría de noche, porque recuerdo haber vuelto de trabajar. Y así transcurría mi mañana, descansando y tomando mates, alejada de la bulla de la ciudad y refugiada en mi departamento de Haedo.


Y sí, era lógico que en algún momento sonara la alarma para irme a cursar. Y me despertara de este sueño loco.

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